La Proposición Escamilla
Roy Henderson entró en el bar Hosts para tomarse la sin alcohol de cada tarde con su amigo Pit Torrance.
- Qué bien te veo (le dijo éste) ¿Lo has hecho?
Henderson, tras prolongar la especta- ción de su amigo unos segundos, por fin dijo.
- Sí, lo he hecho.
- Lo cierto es que se te ve como nuevo.
- Ha sido alucinante, Pit. Jamás pensé que un sistema de relajación virtual de un sólo día pudiera dar tanto resultado.
- Va, pues, cuéntamelo.
- Verás. Llegué a la clínica Brandford a eso de las nueve. Esta clínica está especializada en aliviar el stress y la tensión de los altos ejecutivos.
- Sí, como tú (dijo Torrance).
- No te burles. Bueno, poseen allí una Servocámara Hiperrelajante Mega- virtual, o sea, una especie de habitación llena de cables con una extraña camilla en su centro a la que te conectan y que te hace entrar en un mundo artificial diseñado previamente, una experiencia cuasi-real y super fuerte, de verdad. ¿Me sigues?.
– Sí, creo. ¿Y qué situación digamos “viviste”?
- La Proposición Escamilla.
- ¿Y eso qué es?
- Te cuento: La Proposición Escamilla dice que “Dada una situación de tensión en la conciencia o en las emociones de una persona, existe siempre un elemento en ella capaz de hacer volver a la normalidad todo el sistema, de modo que llevando al límite sólo ese elemento, todo el sistema se recupera”. En cada persona ese elemento resorte es distinto, puede ser alguna emoción, los nervios, la creatividad, el sexo…
- ¿Y por qué se llama Escamilla?
- Creo que porque está inspirada en la obra de una pintora europea que necesitaba pintar para no volverse completamente loca. Pero bueno, te cuento lo que me “pasó”: Yo esperaba una situación bélica, matando zapatis- tas; o verme envuelto en una catástrofe monstruosa: en un naufragio… Pero no, esta vez iba a ser algo más fuerte
- Cuéntame, cuéntame.
- De repente, Pit, yo ya no era yo. Yo era Mari Jou Ritter, una niña de rubios cabellos y ojitos celestes a quien su madre había presentado a un concurso local de belleza y buenos modales para niñas de ocho años. Me encontraba entre bambalinas en un teatro mirándome en un espejo. Como comprenderás estaba alucinado ante mi nuevo aspecto. En ese momento, una señora (que me pareció altísima) apareció tras una cortina y dijo: “Mari Jou, dónde te habías metido, sólo faltas tú” y cogiéndome de una mano me arrastró hacia el escenario sin percatarse que, por una fatalidad, mi “precioso” vestido de encaje y anchos vuelos en ese trance se rozaba con una pieza de decorado y una línea negra horizontal decoraba la parte trasera de mi atuendo.
Salí al escenario dando cortos pasitos y me coloqué entre las otras dos niñas finalistas.
Bueno, si hasta ese momento yo estaba sólo alucinado, a partir de entonces comencé a sentirme muy inquieto (o inquieta). El teatro era antiguo y de inspiración oriental, pero sus paredes habían sido forradas de globos y banderas americanas y de carteles del patrocinador del evento: las salchichas Chein; La megafonía repetía una y otra vez el tema “Sunny” de Boney M.; dos guardaespaldas provistos de unas pistolas enormes de verdad cubrían ambos flancos del escenario apuntando hacia el público, que estaba compuesto (cógete Pit) de ¡negros, putas, modelos y maricones! Ante aquel panorama yo estaba realmente asustado.
Tras unos minutos la música cesó y sonó una fanfarria, que dió pasó a la voz en off de un presentador:
“Buenas noches otra vez. Ha llegado el momento que todos estaban esperando. Dentro de unos instantes conoceremos el nombre de la ganadora de nuestro concurso anual de belleza y buenos modales para niñas de ocho años (la niña de mi izquierda me miró con una sonrisa nerviosa). Y bien, sin más preámbulos, pasemos a conocer el fallo de nuestro jurado:
“En tercer lugar, y por tanto no ganadora de nuestro concurso, (sonó un redoble de tambor y un golpe de platillos) la niña: ¡Carolain Whestinhouse! (y entonces, para mi sorpresa, la niña de mi derecha empezó a gritar y a inflarse como un globo, se infló y se infló hasta que ¡¡Bom!!, explotó tiñendo de un polvo y un humo amarillos toda la parte derecha del escenario. Yo me asusté de verdad y comencé a pensar, en aquella historia de locos, qué pasaría si yo no ganaba…) “La segunda clasificada y, por lo tanto, tampoco ganadora de nuestro concurso es (más redoble y platillo) la niña: ¡Jennifer Joliswait! (y Jenny, como ya era de esperar, se fue inchando mientras gritaba “¡no, no!” y se inflaba y gritaba hasta que también ¡Blom!; explotó al igual que la otra, pero dejando un rastro, esta vez rojo en la parte izquierda del escenario).
“Así pues, la ganadora es ¡Mari Jou Ritter”
El público empezó por fin a aplaudir. Mientras la señora altísima me colocaba una banda; yo estaba literalmente petrificada, estupefacta y presa del terror. Entonces, cuando la señora larguísima se volvió a acercar a mi para ponerme la corona, llegó el desastre, la mujer se quedó mirándome fijamente con cara de enfado y gritando dijo: “Un momento, esta niña no puede ganar, debe ser descalificada” Y dándome la vuelta mostró a todo el mundo la mancha de polvo hasta entonces oculta entre los vestidos de mis compañeras. La mujer me arrancó la banda de un tirón y yo, casi inmediatamente, también me fui inflando inflando, notando como mis músculos se desgarraban hasta que ¡¡BOOOM!!
Volví a aparecer en la camilla de la clínica Branford.
- Uf. Qué alivio, ¿no Harry?
- Sí Pit, fue horrible, pero de verdad que ahora estoy como nuevo.
- Claro, ahora sí que puedes decir que has vivido un caso de “explotación” infantil.